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Hijo de Abu Muhammad Ibn aVArabi (véase), nació en Sevilla en 1076, recibiendo desde su más temprana edad una esmerada educación por parte de su padre, con quien en 1092 emprendió un largo viaje a través del norte de África y Egipto, yendo a residir por algún tiempo en Bagdad, donde disfrutó del magisterio de Abu Hammed Muhammad al-Gazali, cuyas doctrinas y libros introdujo en AI-Andalus, tras su regreso en 1099 a la muerte de su padre.
Sin embargo, el clima imperante en Al-Andalus bajo el dominio de los almorávides, no podía resultar más hostil, según refiere Ibn Tumlus, para la recepción de aquellos libros y doctrinas: «Llegaron a esta península --escribe, en efecto- los libros de Abuhámid Algazel, llenos de doctrinas variadísimas, los cuales hirieron los oídos de los alfaquíes porque contenían cosas a que no estaban acostumbrados, cosas que ni siquiera conocían, cuestiones extrañas por completo a sus habituales estudios,.. De aquí que sus inteligencias se resistiesen a darles su aprobación y sus corazones se negasen a admitirlas. Dijeron, en consecuencia: "Si existe en este mundo impiedad y ateísmo, las doctrinas que en estos libros de Algazel se contienen son el ateísmo y la impiedad personificadas". Y unánimes acerca de este juicio, presentáronse de común acuerdo ante el emir de entonces y le aconsejaron diese orden de que fueran quemados dichos libros, ya que, según ellos pretendían, eran capaces de hacer perder la fe».
No puede extrañamos, pues, a la vista de estas circunstancias, que nuestro autor, que en los primeros años de su regreso gozó de cierto ascendiente incluso político, llegando a ocupar algunos cargos de importancia en su ciudad, acabara siendo víctima de las ideas que profesaba, como, en efecto, sigue refiriendo Ibn Tumlus: «Leyóse en los púlpitos de las mezquitas este edicto, y la situación que con ello se creó fue terriblemente odiosa... y, por otra parte, las penas establecidas eran extremadamente graves. El más célebre de los que fueron perseguidos en esta conmoción pública fue Abubéquer Benalarabí, a quien la efervescencia de las pasiones de los alfaquíes estuvo a punto de perder» (Introducción al arte de la Lógica por Abentomlús de Alcira. Texto árabe y traducción al español por M. Asín Palacios. Madrid, Centro de Estudios Históricos, 1916, p. 15-17).
Sin embargo, con la llegada a la península de los almohades, cuyo jefe espiritual Ibn Tumart había sido ferviente admirador de Algacel, la suerte de nuestro autor cambió radicalmente. Y, en efecto, fue elegido para presidir una comisión que se trasladó a Marraquex para cumplimentar al nuevo califa 'Abd al-Mu'min, sorprendiéndole la muerte en 1148 cuando regresaba a Sevilla, recibiendo sepultura en Fez.
Abu Bakr Ibn al-'Arabi fue autor de numerosísimos tratados de diversa naturaleza, sobre todo de carácter teológico y jurídico, disciplinas, como es sabido, muy relacionadas entre sí en la cultura islámica, pero de la mayoría de los cuales sólo ha quedado noticia de sus títulos: Tratado de la disposición del viaje, Libro de las partículas y de los fragmentos, «obra muy famosa y que se halla en las manos de todos», al decir de Ibn Sa'id, El libro de las luces de la aurora (poesía religiosa), Canon de la interpretación alegórica, Juicios del Corán, Libro de la llama (obra mística)... En el Kitab al-kawasim wa-lawasim hacía una exposición crítica del pensamiento de Ibn Hazm.
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