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Descendiente de los príncipes de la Casa Imperial bizantina de su nombre, nació en Zaragoza el 11 de septiembre de 1923. A los siete años empezó su formación en el colegio de la Compañía de Jesús en el que permaneció seis cursos, a los que andando los años se referiría en su Autobiografía en los siguientes términos: «A esos estudios debo mi formación cultural básica, mi hondo respeto por el saber y por los clásicos, mi amor por las humanidades, una real agilidad para el cálculo matemático, una formación enciclopédica bien dirigida y un escepticismo para los ritos religiosos». Al iniciarse en 1936 la Guerra Civil que produjo la ruina económica de su familia, prosiguió su bachillerato en el Instituto «Goya» y, concluido aquél, en 1941 iniciaba la carrera de derecho, aunque ganado muy pronto para la filosofía por las lecciones del profesor de aquella Universidad, Eugenio Frutos (véase), al año siguiente abandonaba el derecho para emprender aquellos estudios, que concluiría en 1944 en la Universidad de Madrid, en la que se doctoró dos años más tarde con un importante trabajo sobre El pensamiento filosófico de Quevedo.
Profesor ayudante de S. Montero Díaz durante sus años de doctorado, en el curso 1948-1949 obtenía por oposición una plaza de profesor adjunto en la cátedra de Historia de la Filosofía, y poco después se incorporaba también al Instituto «Luis Vives» de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, iniciando desde ambos puestos una importante labor de investigación, centrada en torno a la filosofía griega a la que se sentía vinculado por tradición familiar y de la que fueron sus primeros resultados una serie de artículos sobre el pitagorismo, mas sin abandonar otras áreas históricas como muestra su trabajo sobre el Discurso del método aparecido también en la Revista de Filosofía en 1955.
Sin embargo, determinadas frustraciones académicas sufridas en 1956 lo movieron a buscar nuevos horizontes, marchando aquel mismo año a Costa Rica, como profesor contratado, para organizar los estudios de la filosofía en la Universidad de San José, que hoy lleva su nombre, y donde llevó a cabo una espléndida labor académica y cultural canalizada junto a su cátedra universitaria a través de la Sociedad de Filosofía y de la Revista de Filosofía de aquella Universidad, que él fundó en 1957 y que dirigió a lo largo de dieciséis años.
La huella que nuestro autor dejó en la vida cultural y hasta en la social y política de aquel país, cuya nacionalidad adoptó en 1959, fue honda y perdurable, pues junto a su labor renovadora de las instituciones universitarias, ejerció también su fecundo influjo a través de numerosísimas conferencias e intervenciones en radio y televisión.
Pero también inversamente el país ganó su voluntad de tal manera que pese a las varias invitaciones recibidas de otras Universidades americanas sólo raramente se decidió a atravesar sus fronteras para pronunciar algún ciclo de conferencias o dirigir un curso en centros extranjeros como el mantenido en 1964 en la Universidad de Río Piedras de Puerto Rico; y esto incluso en momentos tan difíciles como los vividos durante 1974 y 1975 cuando una contrarreforma universitaria estuvo a punto de echar por tierra su labor de casi veinticinco años de ilusionado trabajo.
Su muerte acaeció en San José de Costa Rica el 4 de julio de 1979.
Profundo humanista por formación y espíritu y dotado de una fina sensibilidad, la actividad intelectual de C. Láscaris estuvo básicamente orientada al estudio de la historia de la filosofía, en una amplia visión panorámica que abarca desde los autores clásicos griegos, a los que dedicó una atención preferente, hasta la más reciente problemática de la educación como medio para evitar la deshumanización del hombre, objeto central de su pensamiento.
El estudio de esta temática, tratado con ágil pluma y sobre todo en sus últimos años a través de una técnica ensayística, estuvo presidido en su época de madurez por unas convicciones racionalista s a través de cuyos postulados trató de superar el historicismo de su juventud. Por lo demás, sus estudios antropológicos, objeto predilecto, como queda dicho, de su interés, se movieron en un clima existencialista bajo el influjo sobre todo de Sartre y para cuyo análisis se sirvió de la fenomenología, si bien como simple instrumento o método de trabajo.
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