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Miembro de una ilustre familia hispano-judía, supuestamente descendiente de la casa de David y emigrada a Portugal tras los luctuosos sucesos de 1391, nació en Lisboa en 1437, donde su padre se había distinguido como relevante financiero al servicio de la Corona. La elevada e influyente posición familiar le permitió recibir una esmeradísima formación en las ciencias religiosas y profanas, al tiempo que se iniciaba en los negocios familiares al servicio de Alfonso V, hasta que, muerto éste en 1481, su sucesor, Juan II, le acusó de complicidad con el rebelde Duque de Braganza, por lo que fue encarcelado confiscándosele su patrimonio. En 1483 logró huir a Castilla, instalándose en Toledo con sus hijos José, Yehuda (León Hebreo) y Samuel (notable talmudista), donde un amigo de su padre, el banquero Abraham Senior, le proporcionó un empleo que le permitió dedicarse con asiduidad nuevamente al estudio y a la redacción de algunas de sus obras, hasta que, descubierto su gran talento financiero, se asoció a los negocios de su antiguo patrono, participando con él en la administración del erario regio como recaudador de impuestos y provisor del ejército del Rey Católico, a quien prestó relevantes servicios durante las campañas de Granada. Al decretarse en 1492 la expulsión de los judíos el rey Fernando eximió en gracia a sus méritos a don Isaac de seguir la suerte de sus correligionarios, pese a lo cual éste prefirió expatriarse, marchando como muchos de ellos a Italia, donde poco después entraba nuevamente como banquero al servicio de Fernando I de Nápoles, a cuyo hijo Alfonso II -después de la ocupación de Nápoles por los franceses en 1494 y su subsiguiente abdicación- siguió en su exilio a Sicilia. Mas habiendo muerto el Rey pocos meses después, nuestro autor marchó a Corfú (1495) y más tarde a varias ciudades italianas, hasta fijar su residencia en Venecia, donde el Dux le otorgó diversos cargos y honores como premio a su feliz gestión en el litigio surgido entre la Serenísima y Portugal por razones mercantiles; y allí falleció en 1508, siendo sepultado en Padua.
Fecundo escritor, siempre en lengua hebrea, de estilo sutil y elegante, en posesión de varias lenguas -portugués, español, hebreo, árabe, latín e italiano- y profundo conocedor de las culturas clásicas y orientales, don Isaac Abrabanel fue uno de los más brillantes exégetas bíblicos de su tiempo, a la par que un notable filósofo y teólogo, talentos todos ellos templados por el diáfano realismo extraído de su vasta experiencia política y económica.
Como escriturista, actividad para la que se hallaba espléndidamente preparado por su arraigada fe y vastísima erudición, siguió la línea iniciada por Nahamánides y Gersónides, buscando una interpretación global de los Libros Sagrados, aunque incorporando a la labor de sus predecesores una nueva perspectiva, la económico-social, que se reveló sumamente fecunda en cuanto a la valoración del ambiente en que cada una de las obras fue escrita. Asimismo, no desdeñó cuantos elementos aprovechables le brindaba la exégesis cristiana para su intento, lo que revela su amplitud y objetividad de miras. También es novedad suya el anteponer a cada uno de los libros comentados un prólogo exponiendo el contenido de la obra, así como sus principales problemas. Dentro de este espíritu comentó los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, aprovechando el sosiego que le brindó la ciudad de Toledo tras su azarosa evasión de las cárceles portuguesas; entre 1496 y 1503, residiendo en Monopoli, cerca de Nápoles, concluyó un comentario al Deuteronomio,que había iniciado en su juventud, y los correspondientes a Isaías, Daniel y Jeremías, entre otros.
. Mención aparte merecen un conjunto de escritos de carácter mesiánico que, bajo el título de Migdal Yesuot (La torre de salvación), comprende, además de un comentario al libro de Daniel Mayne hayezu (Las fuentes de la salvación) de carácter anticristiano, el Yesuat Mesiho (La salvación del Mesías), en el que analiza todas las referencias mesiánicas contenidas en el Talmud y la literatura midrásica, y el Masma Yesu (La proclamación de la salvación), que comenta diversas profecías acerca de la venida del Mesías y que él se arriesgó a vaticinar para el año 1532.
Como filósofo, Abarbanel perteneció al aristotelismo, si bien dentro de una línea acorde con las posiciones tradicionales del judaísmo, por lo que en términos generales siguió las opiniones de Maimónides, cuya Guía de los perplejos comentó y varias de cuyas tesis defendió en Ros emuná (El Príncipe de la fe) de las invectivas de que fueron objeto por parte de Crescas y Albó, al mantener, por ejemplo, frente al primero que la eternidad del mundo es inconciliable con su origen en la voluntad divina, en tanto que la necesidad de la voluntad, tal como la entendía Crescas, resulta incompatible con la naturaleza misma de la voluntad. Empero sus opiniones filosóficas se hallan en su mayor parte dispersas por sus escritos de carácter bíblico e invisceradas en cuestiones de índole predominantemente teológica. Recordemos, no obstante, como más significativo el ya citado Ros emuna, en el que trató de coordinar la tradición cabalística con el racionalismo filosófico; el Ateret zegenim (La corona de los ancianos), en el que analiza el problema de la providencia divina; el Nifalot Elohim (Las maravillas de Dios), en el que se ocupa de la creación ex nihilo y de la posibilidad de la profecía; o el Nahalat Abort (La herencia de los Padres), donde presenta un cuadro bastante acabado de su doctrina ética.
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