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Más conocido por León Hebreo, nació en Lisboa, donde su familia afincada de antiguo en España, se había avecindado en 1391. No se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento, que debió acaecer entre 1460 y 1465, más probablemente en esta última fecha, ya que en unos versos hebreos de 1505 declara tener cuarenta años. En Portugal debió estudiar Filosofía, Astronomía y Medicina, profesión que ya ejercía en 1483, cuando, tras la conspiración del Duque de Braganza y acompañando a su padre, Isaac, huyó a España, yendo a residir a Toledo, donde siguió practicando la medicinacon tanto éxito que al decretarse en 1492 la expulsión de los judíos, la Corte hizo todo lo posible para retenerIo en España, intentando incluso, según algunos indicios, secuestrar a su primogénito, Isaac, nacido el año anterior y al que León Hebreo puso oportunamente a salvo enviándolo a Portugal. Comienza entonces un largo peregrinaje a través de las tierras de Italia: va primero a Nápoles, donde vivió con su padre hasta la ocupación francesa en 1495 y donde conoció a Pico della Mirandola, que tanta influencia había de ejercer en su pensamiento, y a petición del cual escribió un Tratado acerca de la armonía de los cielos, hoy perdido; marcha después a Génova, donde escribió su inacabada obra Diálogos de amor (1501-1502), cuya redacción interrumpió tras la muerte de su segundo hijo, Samuel, abandonando dolorido aquella ciudad camino de BarIetta, en Apulia, y poco tiempo después, conquistada Nápoles por los españoles, retorna a ella, donde escribe su Elegía del destino, hondamente afligido por la conversión de su primogénito a la fe cristiana. En Nápoles gozó de la amistad y el favor de las autoridades españolas, pues el Gran Capitán lo nombró su médico personal y el mismo Carlos V lo eximió en 1504 de pagar el tributo de 115 ducados que todos los judíos debían entregar anualmente a la Corona; y aún debió residir en algunos otros lugares de la Península, tal vez en Florencia y con seguridad en Venecia, donde se había trasladado su padre. Su muerte debió acaecer antes de 1535, pues su amigo y primer editor de los Diálogos de amor, Mario Lenzi, al publicar la obra se refiere a su autor como ya desaparecido.
Una cuestión queda aún por dilucidar respecto de la vida de nuestro autor: su supuesta conversión al cristianismo, afirmada por los impresores de la segunda y tercera edición (1541 y 1545) de los Diálogi, los hijos de Aldo Manucio, que en la portada consignan: «de natione hebreo, et di poi fatto Christiano», pero que S. Munk rechaza apoyándose tanto en determinadas expresiones de la misma obra como en el testimonio de ilustres rabinos del siglo XVI, Guedelia Yahya y Azarias de Rossi, entre otros.
Los Diálogos de amor, impresos como queda dicho por primera vez en italiano, pero escritos originariamente tal vez en esta misma lengua, como opinan Garcilaso Inca de la Vega, Pedro Simón Abril y Joaquín de Carvalho, o en castellano -Menéndez Pelayo y Micer Carlos Montesa- e incluso en hebreo, según supone Alejandro Picolomini, es con mucho la obra más importante de la escasa producción de León Hebreo, que se reduce además de las ya citadas a algunas poesías, entre las que destacan los versos hebreos en alabanza de su padre, que prologan los comentarios de aquél a los profetas menores; y, en efecto, ellos sólo bastaron para conseguir a su autor un puesto de primer rango en el abigarrado panorama de la Europa del Renacimiento.
Los Dialogi d'amore se desarrollan en forma de coloquio entre Sofía, la amada, que pregunta e indaga la esencia del afecto que la une a Filón, y éste, el amado, que aclara y explica a aquélla la naturaleza del amor y del deseo -Diálogo 1-, la universalidad del amor -Diálogo II- y su origen -Diálogo III-, y aún parece por diversas alusiones a lo largo de la obra que su autor había proyectado un cuarto diálogo en torno a los efectos del amor, que no llegó a escribir. El amor es el principio gnoseológico, lógico, ontológico, cosmológico y ético del universo respecto de su totalidad y de cada unade sus partes dentro del espléndido y sugestivo cuadro que León Hebreo ofrece a lo largo de su inmortal obra; todo cuanto existe procede del amor, en él se sostiene y por él se relaciona con los demás seres; «y así como no hay cosa ninguna que haga unir el Universo con todas sus diversas cosas sino el amor, se sigue que ese amor es causa del ser del mundo y de todas sus cosas» (Diálogos de amor. Buenos Aires, Espasa Calpe 1947, p. 153). El amor es el origen de todo lo real, la realidad de todo ser y el fin de todo lo originado, pues en su esencia es no sólo la aspiración de lo inferior hacia lo superior, sino la difusión de lo superior en lo inferior; el amor, como la idea de las ideas, es no sólo el hontanar del que todo procede, sino el fin hacia el que tienden todas las cosas.
Resulta manifiesto, pues, el talante platónico, más exactamente, neoplatónico de Yehuda Abrabanel, cuyo origen no hay que buscar tan sólo en su amistad con Pico della Mirandola o en el posible influjo de Marsilio Ficino, sino por debajo de éstos en el platonismo imperante a todo lo largo de la Edad Media en las comunidades judeo-hispanas, merced a las enormes posibilidades que esta corriente filosófica ofreció desde los tiempos más antiguos para la interpretación racional de los Textos Sagrados. Platónicos son, en efecto, además del estilo dialogado y el uso de numerosas alegorías, su concepción de la materia como algo indeterminado y caótico y su naturaleza femenina frente a la masculinidad de la forma, la jerarquización de los seres, la noción de Dios como Ser Supremo y Luz Iluminadora de las inteligencias, etcétera; pero también Aristóteles de quien afirma que «usó de tan admirable artificio en el decir tan breve, tan comprensivo y de tan profunda significación que bastó para la conservación de las ciencias» (id. p. 98) se halla ampliamente representado; así en la apropiación de las cuatro causas, en la contribución hilemórfica de los seres, distinción entre el entendimiento agente y el posible, etcétera. Y aún otros muchos autores dejaron su huella en la formación de nuestro autor: Filón, Plotino, Avicebrón, Maimónides, Crescas... y lo que tal vez pueda resultar más sorprendente, el escolasticismo cristiano del que no tuvo reparos en tomar no pocas nociones como la convertibilidad del ser en lo verdadero y lo bueno, o la necesidad del concurso divino para la realización de las acciones meritorias. Por último recordemos el transfondo bíblico, incluidos los libros del Nuevo Testamento, y aún cabalístico que constituye el más sólido cañamazo ideológico de los Diálogos de amor que, como afirma Menéndez Pelayo, son «el monumento más notable de la filosofía platónica del siglo XVI, y aún lo más bello que esa filosofía produjo desde Plotino acá» (Hist. de las ideas estéticas. Vol. I, p. 520).
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